Me causan gran admiración las personas de preclara inteligencia que son capaces de atisbar realidades que están fuera de mi alcance. Vienen al caso los señores escogidos por el pueblo para procurar bienestar a los españoles y para que España progrese hacia un futuro de paz y libertad. Reunidos en el Congreso de los Diputados auspiciaron un gobierno encabezado por el doctor Sánchez, capaz de superar la contradicción entre el decir y el hacer, y en coalición con un partido que tiene fuertes rastros comunes con dictaduras bolivarianas, caracterizadas por la miseria y falta de libertad de sus pueblos. Entre las peculiaridades de este partido está el que, junto al dirigente, un vicepresidente y también su señora ocupa un sillón en el gobierno de la nación.
Todo sea por disfrutar de un gobierno progresista. O al menos de un gobierno que se apropia del progresismo como un fundamentalista se apropia de las verdades. Y por ello define lo que es “políticamente correcto”. Los progresistas son moralmente superiores y ello les otorga el poder conceder derechos y suprimir privilegios. Para ellos, el mundo está ocupado por buenos y malos. Ellos están entre los buenos. Y por eso el comunista Garzón, progresista como el que más, fue capaz de decir que:”un delincuente no puede ser de izquierdas”. Hay dictadores de izquierdas, Castro, Hugo Chavez, Maduro, Evo Morales, pero son buenos. Y hay dictadores malísimos, como era Franco, porque son de derechas.
Denuncian las miserias del sistema y quieren que se reconozcan sus méritos como “luchador social” predicando a favor de la “justicia social”. Ello les induce a otorgar derechos -sin obligaciones- y “buenismo” a raudales. Y, por supuesto, gasto público a manos llenas. No importa que ese procedimiento venga a resultar en que unos pocos vivan a expensas de los demás y que utilicen las instituciones del Estado como propiedad privada. Todo ello indefectiblemente conduce a la miseria. Pero lo hacen con buena intención.
Porque es una constante del “progresista” hablar de intenciones sin atender a las circunstancias ni importar los resultados. Hacen creer que toda acción “progresista” redunda en progreso de la humanidad. Y si la realidad desmiente los hechos, simplemente, la censuran. Es notable su desprecio por los hechos contrarios a sus intereses. Disfrutan del monopolio de la verdad y de la crítica. Y de ahí su interés por controlar la TV, los medios de comunicación, la enseñanza, la fiscalía.
Y, por si fuera poco, hacen que la legislación convierta en delito la expresión del pensamiento disconforme con su manera de actuar o de escribir la historia. Sea por “delito de odio”, o por ser “franquista”, cualquiera puede ser condenado. Todo lo resuelven con diálogo. Con los que reniegan de España: diálogo. No en el Congreso donde reside la soberanía nacional, sino en mesa aparte. Con Marruecos y Argelia, que incrementan alarmantemente sus fuerzas aéreas y navales y ocupan aguas territoriales españolas: diálogo.
Resulta curioso que la mañana siguiente al 7 de enero, el amanecer del cielo de Madrid, visto desde Tres Cantos, apareció teñido de fuertes tonalidades rojizas, como un anuncio de lo que supone el “buenismo” y buenas intenciones del nuevo gobierno, en un momento en que la Comunidad Europea advirtió de fuertes desequilibrios macroeconómicos en España, con problemas relativos a la sostenibilidad exterior, la deuda pública y privada, en un contexto de alto desempleo y débil crecimiento de la productividad.
Y aquí se plantea el ser o no ser “progresista”. Para un “progresista” a más déficit, más “derechos sociales”. Y si se preguntara: ¿Quién lo paga? La respuesta sería… no se paga. Lo mismo que decían en Grecia y acabaron rebajando las pensiones un 30%. Y resulta obvio que a mayor déficit, mayores problemas para la economía española, impuestos desorbitados y escalada del paro, la mayor lacra social. Es aplicable el dicho: “Si alguien te da lo que quieres, te quitará lo que tienes” .
¿Quién lo paga? La respuesta sería… no se paga
Menos mal que los que disfrutamos del progreso de Tres Cantos no tenemos que ejercer ese modelo de «progresismo».
Julio Narro
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