Los olores putrefactos y los aromas que dejan huella, por Luis Mosquera
Siendo simplemente un poquito observador, todos o casi todos los que van a por ti, Isabel, son feos y el aspecto es de oler mal. Decían de un pintor que no quiero mencionar que sus cuadros de bodegones e incluso desnudos olían mal. Es evidente que un cuadro no huele mal, lo que huele mal es la percepción que tenemos o que produce el cuadro. La mala leche, que debe ser cortada y agria, huele mal.
A mí que un señor piense una cosa o piense la otra, si lo hace con el conveniente respeto, me tiene sin cuidado o me parece bien o me parece mal, pero si lo hace falsamente vendiendo la moto engañando porque está engañado o lo que es peor que engañe directamente, fastidia todo el cuento. En mis tiempos decían “como borregos” pues son unos borregos tantos y tantos que lo único que les importa es su pesebre y el del vecino para envidiar. Es tan de cajón el escándalo de personalidad y de carácter y ya no digamos de conciencia, moral y ética que además puedes deducir las inmensas dosis de cobardía que tienen muchos y la mayoría se ampara en la masa.
Yo aquí reivindico no solo al psicólogo, que es un profesional esencial en nuestros días, sino al psiquiatra. A ese psiquiatra médico, rodado y bien formado, que con un sociólogo diagnosticaran y trataran a nuestra sociedad puntualmente y colectivamente. Para alguien de peón como yo, no se entiende, es decir, no tiene ni el más elemental sentido común y a mi modo de ver esta sociedad nunca ha sido más trepa y más nueva rica y el resultado de eso siempre es la fealdad ética, estética, compositiva y la erótica no lo sé bien, pero deduzco que también.
Me vienen a la cabeza esos politiquillos de chicha y nabo con trajes cursis que parecen maniquíes de grandes almacenes afectados y señoras con aspecto basto también de las que penden tantas cosas de mi vida y parece que me van a soltar un sopapo en vez de arreglarme nada.
La juventud está muy tranquila, en mis tiempos estábamos protestando cada dos por tres y entre todos los que protestamos, unos por una cosa y otros por otra, se dio un paso grande, que fue la transición. Ahora la transición es compleja también, pues la sartén por el mango y el mango también, como decían en el Tartufo, lo tiene una parte contratante y, por tanto, todos a aguantar dentro de lo que cabe con la esperanza de que se encaucen las cosas.
En mi caso tengo poco que perder, ya he gastado la vida. No espero casi nada y lo único que haré es empeñar las energías que me quedan en colaborar en causas nobles y por España. Apoyando al que vale, vale, y al que no, que por favor se vaya a su casa.