“He sido muy trabajador, siempre me ha gustado mucho el trabajo”.
“Me gusta mucho comer. Todo lo que me ponen, me lo como“.
Corría el año 1921 cuando Miguel de Unamuno publicaba “La tía Tula”, Albert Einstein recibía el Nobel de física y, en Getafe, Juan De La Cierva realizaba el primer vuelo con su autogiro. Antonio Maura era designado presidente del gobierno tras el asesinato de Eduardo Dato y Hitler se convertía en líder del partido nazi en Alemania. En 1921, nacían Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez. Y también vino al mundo, en Selas, Guadalajara, un hombre que iba a sobrevivirles a todos ellos: Juan Martínez Galán.
Juan cumplirá 102 años en agosto “si las pilas del marcapasos no se gastan. Y si no, que sea lo que Dios quiera. Es el segundo aparato que me ponen, del primero hace ya muchos años, lo llevo aquí, mire, toque, toque”. Y claro, toca comprobarlo. Porque Juan es un hombre de carácter afable, sonriente, pero firme. Le acompaña su hija Angelita, que tiene 70 años, pero debe callar cuando su padre se lo manda. Eso sí, nunca le falta el buen humor, como cuando fue al Ayuntamiento a conocer a Jesús Moreno y le dijo que era muy joven para ser alcalde y que tenía mucha suerte de gobernar una ciudad como Tres Cantos.
P- Juan, tiene usted tres hijos, siete nietos, dos bisnietos y otro en camino. ¿Quién da más guerra?
Juan– ¡Yo! (no duda la respuesta ni un segundo y nos reímos, luego ya matiza). Me gustan los niños, pero es que son muy pesados. Para la gente mayor como yo, pues… vienen chillando, voceando, gritando… que se suben, que se bajan… Es que son niños, ellos no se cansan.
Pero Juan posa orgulloso con los dos pequeños que le acompañaron en la recepción municipal, junto al resto de la familia. Del más pequeño le separan exactamente cien años. Un siglo en el que Juan ha tenido tiempo para vivir intensamente.
P. ¿A qué se ha dedicado usted en la vida Juan?
Juan– Pues como mi padre era labrador y tenía ganado, pues a las faenas del campo, pero claro, vino la guerra cuando yo tenía catorce años y el pueblo quedó entre los dos frentes. Nos juntamos dos del mismo tiempo e Íbamos tan contentos con nuestra escopeta a dar vueltas por el pueblo a ver si se oía algo. Pero claro, salíamos del pueblo y en el campo no se veía ni gota. Pues por si andaba alguna patrulla tirábamos un par de tiros. Así, si nos oían ya, pues pensaban que hay vigilancia. Luego estuve en el frente. Cuando terminó la guerra, nada más cumplir los dieciocho años, me llamaron por remplazo para la mili y tuvimos que ir a Soria a incorporarnos. Pero es que me cogieron las dos guerras. Cuando terminó la de España, me cogió la guerra mundial y desde Lorca, en Murcia, tuvimos que salir para guardar las Canarias.
A Juan no hace falta “darle carrete”. Uno apenas es capaz de recordar qué cenó anoche, pero él recuerda con pelos y señales cosas que le sucedieron hace más de 80 años. Como aquella travesía en barco desde Cartagena hasta Lanzarote, cuando le movilizaron durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque era su primer viaje en barco, consiguió no marearse, pero otros muchos sí lo hicieron, y él describe con precisión el miedo que pasó al navegar de noche por el Estrecho, o cómo se desenvolvió su vida posterior, cuando terminaron sus 6 años de movilización y volvió a la vida civil.
Juan-“Me eché a mi mujer de novia y nos casamos enseguida. Y tuvimos que empezar a trabajar la tierra de mi suegro, pero en nada tuvimos niños. Y en mi pueblo hay mucho monte de pinar. Los pinos son de resina y entonces necesitaban obreros. Y la fábrica, a los que iban, les ofreció cartilla sanitaria para toda la familia. Aquello era una ayuda grande. Y así se pasaron muchos años, hasta que ya entró el petróleo y cerraron las fábricas. Después las chicas, cuando eran estudiantes, se vinieron a Madrid y necesitaban un piso.
Con sus tres hijos ya en la capital, el matrimonio se trasladó y Juan pasó a trabajar como celador en el hospital Ramón y Cajal hasta que se jubiló. Allí se dio cuenta de que, de haber podido estudiar, le hubiera gustado ser médico.
Juan– Los médicos me decían “¡Juanito, ven para acá, que tienes que ir a rayos, llevar al enfermo a hacerle una radiografía”. Claro, yo esto lo hacía lo más rápido que podía y los médicos estaban encantados conmigo. He sido muy trabajador, siempre me ha gustado mucho el trabajo. Me gustaba eso. Yo les decía que si hubiera podido ir a la escuela hasta los 20 años, sería médico. Ser médico… eso es lo más grande que hay. Yo les he ayudado y he hecho todo lo que he podido. Y era simpático, muy simpático. Y tuve muchos amigos.
Muy simpático sigue siendo, de eso damos fe. Incluso cuando le preguntamos si también ha sido testarudo (un estudio conjunto de las universidades de Roma, en Italia, y San Diego, en Estados Unidos, concluye que muchas personas centenarias coinciden en dos cosas: han tenido una enorme capacidad de adaptarse a los cambios y son testarudas). Juan lo niega, pero Angelita asiente y confirma. Hasta hace tres años Juan y su mujer han vivido en Moratalaz. Su hija, en cambio, se instaló en 1985 en esta ciudad a la que a veces le traían, pero que ahora le cuesta reconocer, aunque viva en ella.
P- ¿Y qué le parece Tres Cantos?
Juan– Es una ciudad preciosa, cuando yo venía las primeras veces era una casa aquí y otra casa allá, la primera fase sí estaba hecha, pero todo esto no. Yo ya conocía el terreno donde se iba a fabricar todo esto. Y ver el Ayuntamiento, esta obra que hay aquí… esto es una preciosidad. Yo ahora no conozco calles ni nada de nada. Las chicas tienen la culpa, porque no me dejan salir solo, creen que me voy a perder.
Las chicas, como él las llama, Angelita y Lucía, y también su hijo, y el resto de la familia, quieren protegerle, lógicamente. Pero cuesta creer que este jovenzuelo de 101 años pueda perderse o tener cualquier problema, a juzgar por su vitalidad y una personalidad arrolladora. Con la energía que acumula Juan, podrían encenderse las luces de todo Tres Cantos. Claro que es normal porque, como suele repetir, le gusta mucho comer y lo hace bien, “Todo lo que me ponen, me lo como”.